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Hijos adultos de alcohólicos

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¿Que les ocurre a los hijos adultos de alcohólicos?

 

¿Quiénes son? “Al hablar de  hijos adultos de alcohólicos nos referirnos a aquellos niños y jóvenes que han vivido  y crecido en hogares donde existe alcoholismo y que cuando crecen, presentan daños emocionales y trastornos de personalidad, que pueden ir desde leves hasta graves.”

 

Afirma la Dra. Woititz que los hijos adultos de alcohólicos repiten de uno o de otro modo  ciertas  pautas  y conductas generales derivadas de las experiencias de su infancia. Estas características, reiteradamente observadas por ella y  reconocidas por los afectados, sea en terapia individual o colectiva,  le han permitido hacer un esbozo de las siguientes características generales de este grupo.

 

Algunas de ellas son las siguientes:

 

Los hijos adultos de alcohólicos reaccionan exageradamente ante estímulos y ante situaciones sobre las que no tienen  control. 

 

Esto es muy fácil de comprender.  Los hijos pequeños de alcohólicos no tuvimos dominio sobre nada; no se nos tomó en cuenta. A fin de sobrevivir, necesité desde pequeña resolver sola mis problemas y hacerme cargo de muchas de mis  necesidades. Por eso, aprendí a confiar sólo en mí misma, en mis habilidades y en mi responsabilidad y, en cierta medida, a desconfiar de los demás.  Como consecuencia, tiendo a considerar que mi punto de vista es el más adecuado y a tomar bajo mi control todas las situaciones en las que puedo intervenir. Existe, sin duda, un cierto temor de que si yo no las tomo bajo mi responsabilidad,  las cosas saldrán mal. De este modo, quiero  que todo se haga justo como yo digo, por lo que me percibo  frecuentemente rígida y controladora.

 

En relación con el segundo punto, reacciono exageradamente ante frustraciones menores, perdiendo el control debido. Por simples tonterías, como no encontrar una cosa en su lugar, me salgo de mis casillas y me pongo furiosa. En el mismo sentido, me cuesta mucho trabajo que algo me haga cambiar de planes, o ser tolerante  con las fallas de los demás; un  incidente sin importancia es la gota que derrama el vaso y me torno descontroladamente iracunda, muy seguramente porque  estas situaciones me hacen evocar  el dolor que sufrí de niña y la ira reprimida durante esa época, ante desilusiones o castigos injustos.

 

Los hijos adultos de alcohólicos son sumamente leales y comprometidos, aun con quien no lo merece.

 

Considero que el hogar de los alcohólicos es un sitio de mucha lealtad, pues los familiares aprendemos a cuidar y a proteger al alcohólico. Este aprendizaje me ha permitido  permanecer mucho tiempo en relaciones,  que más valdría que hubieran terminado. En mi juventud, cuando a alguien le interesé lo suficiente para formar una relación estable conmigo, llámese pareja o amigo,  existió siempre en mí un sentimiento de agradecimiento  y de vinculación, que me hizo experimentar una especie de obligación a permanecer con esa persona para siempre. En mi matrimonio, no importaba lo que mi marido  hiciera o dijera; si  me trataba mal, yo disculpaba su comportamiento  y hasta me sentía culpable.  Posiblemente por mi necesidad de seguridad, me prendía  de lo conocido, aunque fuera malo.

 

Por otra parte, en mi infancia no aprendí gran cosa de lo que significa tener una buena relación, pues entre mis padres siempre hubo el que manda y el que obedece.  Así es que me las arreglé  como pude y me  quedé siempre con lo que tenía, sin considerar en mucho tiempo si merecía  aspirar a algo diferente. Frecuentemente me enganché mediante el sentimiento de culpa  y tardé mucho en darme cuenta de que esa relación no valía la pena.

 

Los hijos adultos de alcohólicos corren el peligro de desarrollar adicciones, convertirse a su vez en alcohólicos, en neuróticos, o por lo menos, en cónyuges de alcohólicos.

 

Los estudiosos de la enfermedad del alcoholismo, no han podido ponerse de acuerdo si  hay influencia del entorno, de los genes o una combinación de ambos, pero todos absolutamente apoyan  el anterior enunciado. Por fortuna,  personalmente no desarrollé el alcoholismo, pero sí otras adicciones como el fumar y el comer compulsivo,  tal vez como compensaciones ante el sufrimiento.

 

Como he mencionado antes, con todas las experiencias vividas en mi hogar, aprendí a no confiar, a no pedir, a no expresar mis sentimientos y desde mi más tierna infancia me protegí contra el dolor evitando sentir y llorar. Admitiendo que a esta difícil tarea  me ayudaron tanto mi fantasía,  como mi exceso de trabajo, no puedo dejar de constatar el papel sustitutivo de mi afición a comer demasiado.

 

Desde niña aprendí  que comiendo dulces, panes y chocolates no se sufre y que la comida ayudaba para no tocar tristeza. Recuerdo la ilusión que me causaba comer a diario, al salir de la escuela dos barquillos de mamey y cómo me consolaban  en mis tardes solitarias los dulces que me compraba con el peso que me daban para gastar.  Desde niña fui gorda y creo que mi grasa corporal ha sido la muestra visible de mi escudo contra el sufrimiento. Ser gorda ha sido la coraza con la que me he enfrentado a la dureza de la vida. Por lo mismo, en la  adolescencia aprendí a fumar, adicción que me ha resultado una manera cómoda de librarme de la tensión y la ansiedad.

 

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Psic. Jehú Rosales Gómez. Terapeuta de Clínica SER

Este texto es una adaptación del libro “CARACTERÍSTICAS DE LOS HIJOS ADULTOS DE ALCOHÓLICOS” Mireya M. Gómez Coronel.

 

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